Capítulo 1186
Esta vez, no venía sola. Alejandro esperaba en la puerta del restaurante.

—¡Alejandro! —Juana llegó casi corriendo—. Perdón, ¿te hice esperar mucho?

—No —al verla venir directo, levantó la mano para sujetarla con cuidado—. No corras; traes tacones. El piso resbala.

—Jaja, estoy bien.

Juana sonrió y, con confianza, se colgó de su brazo.

—Vamos.

—Claro —Alejandro retiró el brazo con discreción y entró primero.

Desaparecieron adentro.

Luciana se quedó quieta, como si se le atascara una piedra en el pecho: respirar y latir se le volvieron difíciles. Cerró los ojos, respiró hondo un par de veces y siguió su camino.

***

En el restaurante, Alejandro y Juana se sentaron frente a frente.

—Es temprano; pedimos en un rato —miró la hora.

—Va —asintió ella, sonriente.

Juana no estaba ahí por la comida. De hecho, cuando recibió su llamada, se le fue el norte de la felicidad.

—Je —tomó un sorbo de agua—. ¿Y hoy por qué el honor? ¿Me invitas a comer?

—No sé si llamarlo “honor” —dijo él—. En realidad…
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