Al ver a don Miguel, Alejandro fue directo:
—Abuelo, vino Hernán. ¿Qué dijo?
Don Miguel no le ocultó nada. Lo miró con sorna leve.
—Todavía traes lo tuyo: la muchacha no te olvida.
—¿Juana?
—Ajá —asintió; la sonrisa se le apagó un poco—. Hernán casi dice, sin rodeos, que quiere una alianza entre familias.
Aliarse por matrimonio no tenía nada de raro en su círculo; se buscaba lo “conveniente”.
Pero Alejandro no quería. Si lo hubiera querido, no habría seguido solo. Incluso antes de Luciana, jamás había pensado intercambiar su matrimonio por nada. Y con el peso de los Guzmán, no lo necesitaban.
—Abuelo… —se preocupó—. No habrás aceptado, ¿verdad? ¿Ni les diste alas?
—No —negó don Miguel. Conocía demasiado bien a su nieto.
—Pero… —añadió, con cierta nostalgia—. ¿Ni siquiera lo contemplas? Una alianza no te exige sacrificarte.
Si se era exacto, los Díaz incluso podían estar “subiendo”, pero también podían aportar. A fin de cuentas, una alianza es sumar fuerzas.
—Uno más uno a veces da más