—Perdón. Perdón.
Enzo no tuvo más que decir. Dejar a Lucy había sido el error más grande de su vida. De no haberlo hecho, ahora serían una familia completa, viviendo en paz.
Sabía que quien renuncia no debe volver. Pero saber era una cosa, hacerlo otra. No era un santo. Se arrepintió. Y, por mala suerte, podía darse el lujo de arrepentirse.
El pasado ya era pasado…
Le acarició el pelo y le habló con calma:
—No vuelvas a buscar a Luciana. Sé que la extrañas; yo también.
—¿Entonces qué hago? —alzó la cara—. ¿No voy a verla nunca más? Ella no está bien. Ahorita, Luciana no está bien.
—Lo sé —asintió una y otra vez—. Estoy encima… Pero ahora no quiere verme, y hay cosas en las que no debo dar la cara. Quédate tranquila: si le pasa algo, no me voy a cruzar de brazos. Solo que tú… —dudó, y se decidió—: no vuelvas al hospital. Si Luciana llega a saber lo nuestro, imagina cómo reacciona.
Lucy se quedó muda.
La conclusión era clara: lo iba a odiar. “Mi madre volvió de la muerte y tiene otro hij