—Bueno, bueno.
Con un Alejandro tan susceptible, había que “acariciarlo a favor del pelaje”. Luciana le sostuvo el rostro y posó los labios en los de él.
—Mmm…
Y como ya estaban pegados, no fue tan sencillo detenerse.
Cuando se separaron, ella tenía las mejillas encendidas y respiraba rápido; en cambio, el señor Guzmán —todavía con antídoto en vena— sonreía tan fresco como si nada.
Luciana arrugó la nariz; él bromeó:
—Tengo buen pulmón. Ese veneno no me hace cosquillas.
—Sí, sí… el más fuerte del mundo —replicó, revisándole la pierna vendada—. Dijiste que dolía; ¿qué tanto? ¿Algo aparte del dolor?
Él apenas notaba la presión de sus dedos.
—Ya no duele. Siento la pierna como si llevara la bota puesta: todo acolchonado.
—Normal. —Asintió—. Pasó demasiado tiempo antes del suero; el veneno anestesió músculos y nervios. Necesitarás terapia, pero te recuperarás. No quedarás cojo.
—Y si quedara, tampoco me quejaría —musitó—. Cambiar una pierna por tenerte de vuelta sería un ofertón.
Ella le t