Pero no sabía si él, con tan mala señal, lo había oído. A juzgar por su mirada limpia, seguramente no.
Por la forma en que él actuaba, dedujo que nunca lo había oído.
—Nada importante —sonrió con misterio—. Cuando llegue Alba te lo cuento de nuevo; quiero ver tu cara de sorpresa.
Imaginó la alegría de ambos: él adoraba a la niña y la pequeña idolatraba a su “tío”; aceptar la verdad sería fácil.
—Voy al baño.
—Vuelve rápido —dijo él, soltándola con pesar.
Justo entonces Juan entró y contempló la escena con un «…».
El jefe, pegado a ella como lapa —pensó—. Si pudiera caminar, la seguiría al baño.
—Jefe.
—¿Qué pasa? —Alejandro todavía sonreía.
—Don Miguel ya se enteró; ordena que regresemos cuanto antes.
—Tan rápido… claro, con Felipe de por medio nada se oculta. Bien, alista el traslado.
Además de estar lesionado —la pierna seguiría débil un tiempo—, aquello resultó ser obra de la banda H de Canadá: demasiado peligro, podían tener otro as bajo la manga. Mejor marcharse.
—Enseguida.
***
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