Toc, toc.
La puerta se abrió suave. Era la voz de Juan:
—Alejandro…
¿Habían vuelto? ¿Traían noticias de Luciana?
Alejandro deslizó a Alba sobre la cama; por suerte dormía profundo y no protestó.
Fuera, Juan lucía solemne, palabras atascadas en la garganta. No hacía falta que hablara: la respuesta estaba escrita en su cara.
—Alejandro… —balbuceó al fin—. Está el comisario afuera; quiere hablar contigo.
El caso era demasiado grande para no dar la cara.
Alejandro se alisó la ropa y bajó.
—Señor Guzmán —el jefe de policía local le tendió la mano con gesto circunspecto—. Lamento profundamente lo ocurrido con su esposa.
En su jurisdicción acababa de estallar una cadena de explosiones; familias de turistas afectadas… responsabilidad ineludible. Habían montado un operativo de rescate inmediato y seguían turnándose, pero… sin rastro de Luciana. Pedir disculpas era inútil, pero imprescindible.
Tras el breve protocolo, Alejandro retiró la mano y fue al grano:
—Permítame preguntar: ¿ya recuperaron