—…—Juan se irguió—. Entendido, Alejandro.
Los dos hermanos, Juan y Simón, se cruzaron una mirada y salieron.
Al llegar al pasillo soltaron por fin el aire contenido.
—Alejandro nos trae en ascuas —murmuró Juan.
—¿Y qué quieres? —replicó Simón—. A cualquiera lo tumbaría algo así.
Se quedaron viendo el suelo y soltaron un suspiro sincronizado.
***
Cuando volvieron, Alba ya estaba despierta. Alejandro acababa de darle algo de comer y miraban caricaturas en la tablet.
La niña, acurrucada en su pecho, se portaba como un ángel.
De vez en cuando padre e hija comentaban lo que pasaba en la pantalla: la imagen misma de la paz.
—¿Lo ves… normal? —susurró Juan. Aquella calma resultaba inquietante.
—No; está aguantando a pulso —contestó Simón—. Se repite que Luciana está bien… es lo único que lo mantiene.
Ambos tragaron saliva: si la peor noticia se confirmaba, ¿qué sería de Alejandro?
Mejor ponerse a trabajar; mirarlo así les desgarraba el ánimo.
—Papá —Alba alzó la carita después de un rato—. ¿C