Que lo embriagaba por completo.
—Claro —aceptó sin pensarlo—, pero en voz bajita, que mamá no se entere.
—¡Ajá! —Alba saltó en su regazo, exultante—. ¡Papá!
En el acto Alejandro quedó rígido.
Había creído estar preparado, pero aquel «papá» le atravesó el pecho con una fuerza insospechada.
Solo pretendía complacer a la niña…
Y, aun así, la emoción le nubló los ojos de humedad.
—¡Papá, papá! —Ajena al torbellino del adulto, Alba siguió repitiendo—: Mamá todavía no sale; puedo seguir llamándote… ¡papá!
—Eh.
Alejandro reaccionó al fin, respondió y la apretó contra su pecho.
¿Cómo podía existir un ser tan mágico? Pequeña, blanda, capaz de sacudirle el corazón.
Ese «papá» valía más que toda la fortuna y el poder del mundo.
Por ella sería capaz de cruzar espinas, fuego y mil batallas sin dudar.
—¡Papá!
—Eh.
Padre e hija se entusiasmaron; mientras mamá no aparecía, uno llamaba y el otro contestaba, felices.
Cuando Luciana salió de la ducha, los dos se callaron de golpe, se miraron y sonrieron