La habitación quedó de pronto con solo Juana y Alejandro, mirándose incómodos.
Recién entonces, Juana se dio cuenta, con cierta torpeza:
—¿Luciana habrá malinterpretado algo?
Pff.
Alejandro soltó una risa seca.
—¿Tú qué crees?
—¡Ay! —exclamó Juana, dándose un golpecito en la frente—. ¡Perdón! Voy a explicárselo ahora mismo.
Se dio vuelta y salió corriendo.
—¡Luciana, espérame!
Luciana no había avanzado mucho y enseguida la alcanzaron.
—Señorita Díaz, ¿qué sucede…?
—Un momento…
Juana se detuvo y recuperó el aliento.
—¿Y todavía preguntas? ¿Por qué huiste? Dejas a tu hombre a solas conmigo y te quedas tan tranquila?
¿Su hombre? Luciana no supo cómo responder a eso y cambió de tema:
—¿Saliste corriendo por algo en especial?
—Ay…
Juana soltó un suspiro largo y habló con sinceridad:
—Vine a pedirte perdón. Tal vez porque crecí en el extranjero, o porque soy medio despistada… apenas caí en cuenta de que podrías haber malinterpretado lo de Alejandro y yo.
—Es cierto que estuvimos juntos en el