Luciana asintió.
—Ajá, exacto.
—¿Y eso está mal? —Juana hizo un puchero—. Él me rechazó, pero yo lo sigo queriendo. ¿Qué hago? Tampoco es que pueda decirle a mi cabeza “¡olvídalo!” y…
Con el dedo, señaló su sien.
—Esto no obedece tan fácil.
—Sí —convino Luciana—, tienes razón.
Su tono se volvió más grave—: Así que sigue a tu corazón; haz lo que quieras hacer.
¿Eh? Juana parpadeó, incrédula.
—¿Cómo?
Luciana sonrió.
—Mira, yo no soy su pareja. Antes, cuando tenía un montón de novias, tú nunca lo dejaste, ¿o sí?
—Pero… —frunció el ceño Juana—. Tú no eres como esas novias.
Luciana negó con una risita amarga. —No hay diferencia.
—Tú…
Juana se quedó sin palabras, luego empezó a molestarse.
—¡No estoy de acuerdo!
¿Ah? Luciana se sobresaltó.
—¡Estoy muy enojada! —Juana hizo un puchero—. La verdad, si quien me dijera esto no fueras tú, sino cualquiera, yo ahora mismo…
Alzó la mano y señaló la habitación.
—¡Entraría y lo cuidaría yo, aprovecharía la ocasión! Pero él me dijo con su propia boca qu