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El cielo apenas clareaba cuando Alejandro abrió los ojos y vio a Luciana dormida, inclinada sobre el borde de la cama.
Una oleada repentina de alegría le inundó el pecho.
¿Luciana había venido y se había quedado a su lado toda la noche?
Tenía heridas en la cabeza y el pecho, pero podía mover brazos y piernas. Con la pierna acercó la manta, la desplegó con las manos y, con esfuerzo, la acomodó sobre Luciana.
Aun así, ella no despertó.
Al parecer estaba agotada de cuidarlo la noche anterior.
—Tonta —susurró.
Alejandro soltó una risita apagada.
—¿No hay enfermeras? ¿Para qué te esfuerzas tanto?
Contradicciones las suyas: el señor Guzmán decía una cosa, pero por dentro estaba más dulce que la miel.
Al cabo de un rato, Luciana despertó y, al levantar la cabeza, se topó con la mirada fija de Alejandro.
—¿Ya despertaste?
—Ajá.
—Ah… —Luciana bostezó—. ¿Cómo te sientes? Además del dolor, ¿hay algo más? Por ejemplo, náuseas, ¿presión en el pecho?
Entendiendo que le preguntaba por su estado,