―Exacto ―replicó Salvador, sin inmutarse―. ¿Y qué? Desahógate si quieres.
Alejandro soltó un bufido.
―Mírate, todo un Morán y con esa pinta de cachorro enamorado.
―¡Por favor! ―Salvador le guiñó―. El que anda perdidamente enamorado aquí eres tú. A ver si muy gallito: ve y cásate con Luciana de una vez.
―Cállate ―lo cortó Alejandro con una mirada filosa―. ¿No viniste a hablar de negocios?
―Claro, claro. ―Salvador levantó las manos en rendición―. Vamos al grano.
Los dos se trasladaron a la sala de juntas. Varios socios y representantes de la constructora ya esperaban. Alejandro dio un vistazo rápido al recinto y frunció el ceño.
―Falta uno ―murmuró Salvador.
―Vicente ―confirmó Alejandro, gélido―. Sergio, llama a los Mayo y averigua dónde se metió.
Sergio regresó minutos después.
―En la empresa nadie lo localiza, señor. Su hermana viene en camino.
Alejandro entornó los ojos.
―No lo esperaremos. Comencemos.
La reunión transcurrió sin contratiempos, salvo porque Salvador no dejaba de inquie