—La maestra preguntó mi edad, me hizo leer un cuento y resolver sumas. —Iba contando con los deditos—. También preguntó por mami, por ti y por el bisabuelo. ¡Me dijo que mi inglés es genial!
Crecer en Frankbram le había dado soltura en el idioma. Alejandro escuchaba fascinado.
—Eso es maravilloso; ¡lo hiciste de diez!
Ya dentro del auto, Alba se acurrucó en el regazo de Luciana.
—Mami… ¿hoy podemos comer helado? —Era un premio casi sagrado: por su prematuridad, Luciana limitaba todo lo frío.
Ella reflexionó un segundo.
—De acuerdo.
—¡Súper! —brincó la niña.
—Pero solo medio, ¿vale?
Lejos de disgustarse, Alba asintió con seriedad.
—¡Sí! Mamá me cuida para que no me enfermo. ¡Obedeceré!
Luciana sintió un nudo dulce en la garganta y la abrazó con fuerza.
—Eres mi niña perfecta.
De vuelta en la villa Trébol, Alejandro cerró la puerta del dormitorio matrimonial. La calma antes de la tormenta. Respiró hondo: venía la batalla.
—Luciana, sé que estuve mal.
—¿“Mal” basta? —replicó ella con una