Recién llegada a Frankbram, Luciana debía mantener a Alba. No tenía dinero para niñera ni para guardería, así que llevó a la niña a cada empleo. Consiguió turno nocturno en un supermercado: de día descansaba y estudiaba para ingresar a la universidad; de noche cobraba. Era duro, pero ella había sido adulta desde los ocho años, cuidando de su hermanito Pedro: el sacrificio no le asustaba.
Hasta que ocurrió.
—Luciana les partió la cabeza a dos y la policía se la llevó —terminó Salvador, con la voz casi rota—. Imagínate: una mexicana menudita contra varios hombres enormes… Usó toda su vida para defenderse.
Alejandro seguía mudo.
—¿Estás bien? —preguntó Salvador, sabiendo lo absurda que era la pregunta.
—…
—Mira —prosiguió con un suspiro—. El pasado no se borra. Ahora solo preocúpate de quererla como se merece.
—Entendido. —cortó Alejandro.
Pasaron uno, dos segundos. De pronto alzó el brazo y estrelló el teléfono contra el suelo: ¡crack! Luego volcó todo lo que había sobre el escritorio;