¿En serio? Alejandro no era ajeno a aquella comparación: el abuelo y María ya lo habían insinuado. Miró con atención a la niña; quizá sí compartían algo más que cariño.
—¡Idénticos! —celebró Alba, brincando en brazos de su tío.
—¿De veras? —Se rió complacido—. Entonces sí que somos muy parecidos.
—¡Alba! —interrumpió Luciana con voz más severa de lo habitual—. A la mesa; recuerda las reglas que te enseñé.
La nena se quedó quieta al instante y se acurrucó ante la mirada seria de su madre.
—Alba ya no brinca; mami no te enojes.
Luciana asintió y ordenó con suavidad:
—Come rápido. Hoy vas al kinder sí o sí.
Por primera vez el ambiente se tensó en la mesa. Alejandro notó que Luciana seguía seria.
—No te enfades; apenas se estaba alegrando —le susurró—. Con un regaño bastó para calmarla.
—Ajá —respondió ella sin añadir nada.
Alejandro insistió en calmar a la pequeña:
—Alba, hoy serás muy obediente y comerás todo.
—Síí —contestó bajito.
Luciana permaneció imperturbable, pero por dentro el co