Ellos habían llegado un poco antes que Luciana; Jael y Jacobo ya estaban en el establo. Salvador, al ver que Alejandro no dejaba de mirar a Luciana, sonrió con picardía.
—Ya decía yo, ¿por qué este viaje tan improvisado para montar a caballo? Resulta que la señora Guzmán está aquí.
Pero Alejandro lo ignoró y dio unos pasos hacia Luciana. De repente, se detuvo. Salvador, confundido, le preguntó:
—¿Qué pasa? ¿No vas a ayudar a tu esposa, que no tiene habitación?
¿Ayudar? Alejandro esbozó una sonrisa sutil. ¿Realmente hacía falta?
—Luciana.
Era Fernando, quien acababa de estacionar el coche y se acercaba. Luciana, con un ligero puchero, le explicó rápidamente lo sucedido.
—No te preocupes, es algo sencillo —dijo Fernando, mientras le entregaba a Pedro y la tranquilizaba con una sonrisa—. Yo me encargo, no te preocupes.
—Está bien.
Con Fernando a cargo, la situación se resolvió en un abrir y cerrar de ojos. Volvió con dos llaves de habitación en la mano y las agitó en el aire para mostrárs