—¿Él? —Mónica tartamudeó. Esa pausa la condenó.
Luciana soltó un resoplido; qué gran actriz hubiera sido si no se hubiera arruinado la cara.
—Sabes de quién hablo: el titular de la cuenta en el extranjero; el que te transfirió el dinero. ¿Qué hicieron juntos? ¿Planearon el accidente de Fernando?
El color abandonó el rostro de Mónica. Balbuceó:
—No… no sé de qué me hablas…
—Mónica —la cortó Luciana, sin paciencia—. No es una pregunta, es un trato. Si confiesas, te echo una mano; si no, arregla sola tu lío de la tienda.
—¡No… no sé nada! —insistió, negando con la cabeza—. ¡He dicho mil veces que lo de Fernando no tiene nada que ver conmigo!
—Entonces cancelamos el trato, ¿cierto?
—No es que me niegue, ¡es que…!
Luciana giró sobre sus talones. No pensaba perder más tiempo.
Desesperada, Mónica volvió a agarrarla.
—¡No te vayas!
—Suéltame —dijo Luciana con voz gélida—. Rechazaste mi oferta; se acabó.
—¡Por favor! Te juro que no sé nada, ¡ayúdame! —suplicó, aferrándose a ella.
Luciana soltó