—En Seguridad —informó Sergio—. Dijeron que esperarán a que usted decida.
—Bien.
Luciana seguía en la sala de urgencias.
—Las enfermeras dicen que no hay lesiones internas graves —explicó Sergio—. Al parecer, solo la pierna.
—¿Solo la pierna? —masculló Alejandro, contrariadísimo: Luciana detestaba el dolor.
Frunciendo el ceño, ordenó:
—Vamos a Seguridad.
—Sí.
***
—¡Suéltenme, no hice nada! —gritaba Mónica desde la sala de retención—. ¡Les digo que no la empujé! ¿Con qué derecho me detienen? ¡Déjenme salir ahora mismo o los demandaré…!
Las palabras se le congelaron cuando Alejandro entró.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Alejandro…
Él no la miró siquiera. Se sentó despacio, entrelazó los dedos y habló con frialdad:
—¿Que la empujaste?
—¡Yo no la empujé! —se apresuró a negar, casi sollozando—. ¡Te juro que no!
—¿Ah, no? —esbozó una mueca sarcástica—. ¿Crees que, porque no hay cámaras, no podremos probarlo? Estaban solas y ella terminó lesionada. ¿Vas a seguir negando?
—¡No estoy min