Pero con Alejandro delante no iba a lograrlo. Si él se quedaba de adorno, ¿qué clase de hombre sería?
Apenas levantó la mano, él le sujetó la muñeca con firmeza; su rostro mostraba igual dosis de rabia y repugnancia. Con un giro brusco la obligó a dar varios pasos atrás: de no ser porque topó con la puerta, habría terminado en el suelo.
—¡Ah! —gimió ella, adolorida, a punto de llorar. Miró a Luciana con más odio y luego a Alejandro—. ¿Quién eres tú? ¿También eres su amante?
¡Vaya boca para alguien tan joven!
Alejandro, asqueado, dirigió sus palabras a Luciana:
—No sabía que las cloacas hablaran; hoy lo compruebo.
Luciana contuvo un suspiro.
La chica tardó un segundo, luego entendió el insulto.
—¿A quién llamas cloaca? —se plantó enfrente y, señalando a Luciana, escupió—. ¿Y ella qué es? ¿Un baño público?
Aquello colmó la paciencia de Alejandro. De nuevo le sujetó la muñeca.
—¡Solo entenderás cuando veas la tumba de cerca! —murmuró con voz gélida.
—¡Ay!… —la joven rompió a llorar; el do