Luciana levantó las cejas y sonrió.
El rostro de Alejandro se ensombreció.
—No la recibiré.
—Entendido. —Patricia se retiró, pero regresó enseguida, aún más incómoda—. Le transmití su decisión, pero aseguró que si hoy no lo ve, no se moverá de la puerta.
Luciana reprimió una carcajada silenciosa. Sigue tan insistente como siempre.
—No la veré —repitió Alejandro, masajeándose las sienes—. Si quiere aguantar, que aguante. Seguridad sabrá qué hacer.
—Sí, señor Guzmán. —Patricia respiró aliviada.
Luciana, desmenuzando el pan recién horneado, comentó:
—Está delicioso; Patricia ya casi iguala a Amy.
—No lo hizo ella —explicó Alejandro—. Como a ti y a Alba les encantan los panes y postres, contraté a una pastelera. Si te gustan, pediré que hornee más seguido.
Luciana miró por la ventana.
—Llueve a cántaros. ¿De veras no la verás?
—No.
—No han hablado en tres años; quizá tenga un problema serio.
—Si lo tiene, no me incumbe. —La miró con ternura—. Desde que corté con ella, lo hice de verdad. Pa