Silencio absoluto.
“Debe de estar ocupadísimo”, pensó ella.
Al final el sueño la arrastró.
***
Durmió tanto la víspera que, a la mañana siguiente, se despertó temprano. Se cambió de ropa y salió rumbo a casa de Miguel.
Miguel ya estaba levantado —los mayores duermen poco— y descansaba en una mecedora de mimbre, en el patio.
—¡Abuelo! —lo saludó Luciana con una sonrisa—. Buenos días.
—Buenos días —respondió él, jovial—. ¿Vienes por Alba? No es como yo, sigue dormida; no la despiertes.
Le indicó con la mano que se sentara.
—Ven, quédate un rato conmigo.
—Encantada.
Mientras preparaba té, Miguel preguntó:
—¿Te gusta el té?
—No soy experta; lo tomo como caiga.
—¡Ja, ja! Con que se deje beber, basta —rio—. Yo igual.
Sirvió una taza y se la alcanzó:
—Prueba.
—Gracias.
Al poco rato empezaron a llegar familiares a saludar: varios mayores del clan Guzmán. A Luciana le dio pena seguir sentada y se apartó para dejarles sitio.
Justo entonces Alba despertó, y ella subió a la habitación para atender