Dio un paso y, de pronto, se detuvo en seco: algo lo había hecho tropezar. Su cuerpo se inclinó hacia delante; perdió el equilibrio… y cayó de bruces al suelo.
—¡Ahhh! —gritó despavorido.
Luciana se llevó una mano al pecho y se puso de pie de un salto.
—¿Estás bien? —preguntó asustada al verlo hecho un ovillo.
—No… no es nada… —respondió Marco, rojo de vergüenza. Ambos palmas estaban raspadas y le escocían, pero se esforzó por sonreír—. De verdad, no pasa nada…
—¿Nada? —lo cortó Alejandro con un vistazo glacial—. Anda, cámbiate de ropa. Con tantos invitados, ese aspecto no sólo te deja mal a ti, también a la familia Guzmán.
—Tío…
—¿Necesitas invitación por escrito? —la voz de Alejandro se volvió de hielo.
—E-entendido. —Marco no se atrevió a replicar; antes de marcharse, miró a Luciana con pesar—. Espérame. Vuelvo enseguida.
—Tsk… —chasqueó Alejandro, jugando con el encendedor.
Marco tragó saliva y salió corriendo.
Cuando desapareció, Luciana soltó un suspiro de alivio y fulminó a Alej