Alejandro negó con calma.
—Puede que hayas crecido en el extranjero, pero entiendes de etiqueta. No lo desmentí para evitarte un papelón delante de la familia.
El mensaje era claro: demasiados testigos, por eso se quedó callado.
Juana palideció de golpe.
—Entonces… ¿quieres decir que… no sientes nada por mí?
—Exacto —confirmó él, tajante.
La respuesta era previsible, pero a Juana le temblaron las piernas.
—No, no puede ser… —insistió, buscando un resquicio—. ¡Yo lo sentí! Estabas interesado. No soy tan tonta. ¿Te atreves a jurar que jamás me diste esperanza?
Alejandro guardó un segundo de silencio y asintió con franqueza.
—Es cierto, lo consideré —reconoció—. Nunca tuve fantasías ni te insinué nada, pero llegué a pensarte como una… “segunda oportunidad”. Fue un impulso, un arranque antes de que todo explotara. Asumo mi error.
***
Dentro del camarote, Luciana se levantó y fue al baño dispuesta a ducharse. Abrió la llave y… nada.
—¿Eh? —golpeó el grifo—. ¿Qué pasa? ¿Sin agua?
¿Y ahora có