—¿Eh?
Juana se quedó sin aire; con lo que él acababa de decir, ¿qué le quedaba aparte de aceptar la realidad?
Alejandro retiró con cuidado su brazo.
—El baile empieza ya. Hay muchos jóvenes brillantes esta noche; quizá encuentres a quien sí valga la pena. ¿Quieres que pida a alguien que te acompañe?
—¡No hace falta! —infló las mejillas, herida en su orgullo—. Puedo ir sola.
Se dio media vuelta con su vestido en alto, pero se detuvo a los pocos pasos. Giró, aún indignada:
—Si me tenías en mente, ¿por qué cambiaste de repente?
Alejandro se llevó la mano a la sien.
—Es… algo personal.
—¿Es… es por Luciana? —preguntó con cautela, como si lo sintiera en el aire.
Su rostro se endureció; no respondió. No hacía falta.
—Así que era ella… —una sonrisa triste curvó sus labios—. Fue tu esposa. Seguro es maravillosa y la amas de verdad. Perder contra ella no es ninguna injusticia. Acepto tus disculpas. ¡Vamos, a bailar se ha dicho!
Se volteó, pero las lágrimas le brotaron en cuanto Alejandro no pud