—¡No, no quiero!
Alba se cubrió la cabeza con sus manitas, como si temiera que le arrebataran la diadema.
—Alba —insistió Luciana, tratando de razonar con calma—. ¿Recuerdas que mamá te dijo que no podemos aceptar cosas de otras personas así como así?
Alba, con el ceño fruncido, hinchó las mejillas.
—Pero… el tío me la dio; no la tomé sin permiso.
Claramente, la niña se había encariñado.
—Alba —dijo Luciana con el gesto más severo—. Ya basta. Mamá se enoja de verdad, devuélvele ese pasador al tío, ¿entendido?
—… —Alba se quedó con los labios temblorosos, mirándola con tristeza.
—Te contaré hasta tres —advirtió Luciana, con un ligero fruncir de sus cejas—. Uno…
La pequeña frunció la boca y, de pronto, se echó a llorar:
—¡Mamá… wuaaa!
Levantó su bracito para quitarse la coronita, con muchísima pena.
—¡Ya estuvo!
Alejandro, que presenciaba todo en silencio, no pudo soportarlo más y se interpuso, mirando a Luciana con el ceño fruncido.
—Es solo un broche, ¿era para tanto? Estás asustando a