—¡Claro que no! —exclamó Luciana, enternecida ante el desconsuelo de su hija—. Tu papá te adora, cariño. Te quiere muchísimo.
Incluso sin saber que era su hija de sangre, la había querido con todo su corazón.
—¿Y por qué no viene a verme? —insistió Alba, con un brillo de esperanza y duda en sus ojitos—. ¿Está demasiado ocupado?
—Bueno… —Luciana tragó saliva, sin saber muy bien qué decir—. Está bastante ocupado y, por ahora, no puede visitarte, pero si te portas bien y creces sana, seguro vendrá a verte.
—¿En serio? —Alba se entusiasmó—. Entonces seré muy muy obediente, ¿sí? ¡Así mi papá vendrá pronto!
—Eso es, mi niña —respondió Luciana, bajando la mirada para ocultar las lágrimas que amenazaban con brotar.
“¿Qué hago ahora?”, pensó. Alba ya empezaba a pedir por su padre. En el fondo, siempre supo que llegaría este día. “¿Cómo actuaré cuando siga preguntando? ¿Podré ocultarlo eternamente?”
***
El domingo por la mañana, Luciana arregló a Alba con un lindo vestido que le había regalado V