Después de colgar, Luciana siguió pendiente de que Alba terminara de comer.
Al poco rato, alguien apareció.
—Disculpa, Doctora Herrera…
Era Juana, luciendo un poco avergonzada.
—Hace un momento, lo siento mucho. No sabía que eras la doctora y te di órdenes como si nada.
Luciana se sorprendió un poco. “¿Patricia se lo contó?”, pensó. Aun así, sonrió al responder:
—No pasa nada. Solo te pasé un vaso y unos cubiertos, no tiene importancia.
—¿De verdad no estás molesta? —preguntó Juana, abriendo mucho los ojos con alivio.
—Por supuesto que no.
—¡Qué bien! —exclamó Juana con entusiasmo. De pronto le tomó las manos a Luciana—. Aun así, fui muy torpe. ¿Qué te parece si te invito a comer o te compro un regalito? Para compensarte…
—No es necesario… —repuso Luciana con cierta incomodidad ante tanta efusividad.
—¡Claro que sí, insisto! Me sentiría muy mal si no lo hago… —puntualizó Juana. Justo entonces, Alba corrió hacia Luciana, tironeando de su pantalón.
—Mami, ya terminé… ¿vamos?
—Sí, claro.