Entre la preocupación por la salud de Mikhail y las idas al hospital, tres semanas pasaron rápidamente. Yo estaba cansada, pero aún así me levantaba todas las mañanas para ir a ver a Mikhail, aunque en ocasiones su madre se molestara.
Mikhail empezó a quejarse. Yo lo miré desde el sofá. Estaba de mal humor; hace una semana había despertado, y verse así fue desastroso para él. No podía moverse, estaba acostado boca abajo, y era bastante gracioso verlo pelear con su madre cada vez que quería levantarse.
—Quiero agua —me dijo de mal humor. Me levanté, serví un vaso con agua y le puse una pajilla. Le acerqué el vaso y él empezó a tomar.
—Eso es, qué buen chico eres —le dije. Él me miró con rabia y dejó de tomar agua.
—Te desprecio en estos momentos —me dijo fulminándome con la mirada. Yo me encogí de hombros y volví a sentarme en el sofá.
—Lo sé, pero es bastante gratificante verte con un pañal —me burlé.
Estaba bastante segura de que estaba a nada de levantarse de la camilla y ahorcarme.