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El mundo regresó en fragmentos. Primero, el olor —una mezcla de colonia masculina cara y cuero del asiento del Bentley. Luego, la sensación de movimiento, el suave balanceo del automóvil deslizándose por las calles de Madrid. Finalmente, la consciencia de los brazos que la sostenían contra un pecho sólido que subía y bajaba con respiración controlada.

Cassandra abrió los ojos lentamente, encontrándose con el rostro de Sebastián a centímetros del suyo. Él la observaba con una intensidad que habría sido intimidante si no fuera por la preocupación desnuda que brillaba en sus ojos. Sus dedos acariciaban su cabello con una ternura que contrastaba violentamente con la tensión de su mandíbula.

—¿Cuánto tiempo? —murmuró ella, su voz saliendo rasposa.

Sebastián levantó tres dedos.

Tres minutos.

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