En la pantalla apareció la primera imagen: una foto de ella y Sebastián abrazados, que a primera vista parecía absolutamente íntima y sin fisuras. Para un observador común, podría parecer real, pero quien tuviera experiencia podía notar al instante la irregularidad de la iluminación: las sombras no se ajustaban del todo a las siluetas de las personas.
—Mira las fechas —sollozó Danaé, deslizando el dedo por la pantalla para cambiar de imagen una y otra vez—. Todas son recientes. Cada una prueba que el amor verdadero no puede ser atado por esos contratos falsos.
Sebastián estaba de pie junto a la ventana del vestíbulo, con una copa de vino en la mano, y su rostro no mostraba ni una pizca de emoción. La actitud teatral de Danaé le parecía ridícula, como un payaso saltarín, o una obra sin sentido que no merecía ni su atención. Tomaba sorbos lentos de vino, y aunque su mirada estaba fija en Danaé, era como si estuviera viendo una trama cuyo final conocía de antemano, sin ganas de inverti