La luz del alumbrado público se filtraba por los ventanales del Hotel Majestic, proyectando sombras alargadas sobre el mármol pulido del vestíbulo. Sebastián permanecía inmóvil frente a la puerta de la sala de conferencias, con la mirada perdida en el reloj de bolsillo que sostenía entre sus dedos. Recorrió con delicadeza el grabado en la parte posterior: "Por siempre tuya. —D".
El metal frío contrastaba con el calor que emanaba de sus palmas sudorosas. Cada letra del grabado parecía burlarse de él, recordándole la promesa que una vez creyó eterna. Un nudo se formó en su garganta mientras las palabras del médico resonaban en su mente como un eco implacable: "afasia temporal", "recuperación incierta", "paciencia". Pero las que más lo atormentaban eran otras, pronunciadas por labios que una vez besó con devoción: "Inútil desperdicio".
Cerró el puño alrededor del reloj, sintiendo que el metal se calentaba contra su piel. La mecánica interna, rota desde el día que lo destrozó contra la