89: Emboscada.
Había pasado una semana desde el escándalo con Analia. Siete días en los que no tuve un solo segundo de verdadera calma. Aunque fingía estar tranquila, cada vez que Mirko me miraba con esos ojos fríos y calculadores, algo dentro de mí se estremecía. Sabía perfectamente que, si en algún momento él llegaba a dudar de mí, no dudaría en aplastarme. Y yo no podía permitirme eso, no con mis hijos de por medio.
Esa mañana, uno de los bebés se había despertado con fiebre y respirando con dificultad. No iba a esperar a que los médicos de la casa se dignaran a aparecer. Tomé las riendas y decidí llevarlo directamente al hospital para un chequeo. Dejé al otro bebé en la casa, bajo el cuidado de las niñeras… y de Mirko. Esa decisión me tenía con el estómago hecho un nudo, pero no tenía alternativa. No podía llevar a los dos en ese estado.
—Señora, el auto está listo —me informó uno de los guardaespaldas cuando bajé las escaleras con el pequeño envuelto en una manta azul.
Asentí sin decir nada. Mi