72: Una verdad que duele.

Los meses siguieron pasando y finalmente llegué a mi último mes de embarazo, o mejor dicho, a las últimas semanas. Con mi embarazo de alto riesgo, los bebés probablemente nacerían un poco antes, pero la idea de finalmente conocerlos me llenaba el pecho de una felicidad tan intensa que casi dolía.

Aunque me costara admitirlo, pasar estos últimos meses con Portelli había sido un respiro. No era como Valentino; él no me presionaba constantemente, ni buscaba humillarme a cada instante. Había logrado que mis días fueran más llevaderos, y esa tranquilidad inesperada me permitió disfrutar, aunque fuera un poco, la espera de mis hijos.

Respiré profundamente el aire fresco del jardín de la casa de Mirko, dejando que la brisa acariciara mi rostro. Miré de un lado a otro. Había varios guardias, sí, pero nada que se comparara con el despliegue intimidante de la casa de Valentino. Aquí podía sentir un mínimo de libertad, un pequeño respiro en medio de mi vida atrapada.

Llevé mi mano al vientre
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