43: No serás mi perdición.
Al llegar a casa, todos los pensamientos de lo ocurrido me golpearon de golpe; ya no podía verla de la misma manera.
Noah se acercó a mí y lo miré a los ojos: este hijo de puta la había protegido, y seguramente lo había hecho otra vez después de lo que ella me había confesado acerca de mi abuelo.
—Buenas noches, señor —dijo Noah, con voz plana.
No respondí. Emprendí el camino hacia las escaleras, pero la voz de Ginevra me detuvo. Estaba a un par de metros, cubierta de harina y con una sonrisa blanda.
Parecía tan inocente... tan pura.
Pero si lo pienso ahora, ella cambió después de lo que pasó con mi abuelo, y yo, como un estúpido, no me había dado cuenta. Ahora entendía a mi padre cada vez que decía que cuando te enamoras te vuelves débil.
Me di media vuelta y caminé hasta ella. Ginevra se puso de puntillas y me besó en los labios; no respondí al beso.
—Te he preparado la cena —me dijo con entusiasmo. Me agarró de la mano y me llevó hasta la cocina. El olor a pasta casera