Respiré con frustración mientras repasaba una y otra vez los documentos sobre el escritorio. El cargamento perdido representaba una pérdida enorme, una herida profunda para el negocio. Lo peor no era el dinero, ni siquiera las armas desaparecidas, sino la incertidumbre de no tener al culpable entre mis manos. Porque si lo tuviera, le haría pagar cada segundo que siguiera respirando.
—Esto es muy malo —dijo Analía con un hilo de voz.
Levanté la mirada hacia ella y solté una risa corta, cargada de sarcasmo. A nuestro alrededor había otros hombres reunidos, con los rostros tensos, igual de preocupados que yo.
—¿Ah, sí? No me había dado cuenta —respondí con mordacidad.
Ella bajó la cabeza, evitando mis ojos. Ese gesto suyo, sumiso, siempre me irritaba. Analía podía ser eficiente, sí, pero no tenía carácter. Si tan solo hubiera sido un poco más como Ginevra… Quizá entonces me habría fijado en ella como para considerarla madre de mis hijos. Pero solo de pensarlo me daba jaqueca. Casarme