27: Lo prohibido sabe a pecado.
[Ginevra]
No sabía qué hacer ni a dónde ir. Muy en el fondo tenía la certeza de que Noah le había dicho toda la verdad a Valentino, y que ahora vendrían a buscarme... a buscarte, a torturarte. La idea me carcomía como ácido.
Me hice un ovillo sobre la cama, abrazándome las piernas contra el pecho, y empecé a llorar. Los nervios me estaban matando. El terror recorría mi cuerpo de una manera horrenda, helando mis venas, erizando cada centímetro de mi piel. Quería gritar, correr, desaparecer, pero lo único que me salía era sollozar como una niña perdida.
—¿Por qué lloras? —me preguntó de pronto la voz de Valentino.
Me sobresalté. Alcé la cabeza y lo vi, apoyado en el marco de la puerta, mirándome fijamente. Su presencia llenaba la habitación como una sombra densa, imposible de ignorar.
De un salto me bajé de la cama, instintivamente corrí hacia él, pero me detuve a mitad de camino. Mis ojos se clavaron en su camisa blanca... estaba manchada de sangre. La visión me dejó paraliza