Emma
Sonrío de nuevo como boba, mientras me encamino a la habitación donde duerme Oliver. Golpeo tres veces, pero nadie responde. Giro el picaporte y lo encuentro profundamente dormido, su cabello cae desordenado sobre la frente, y una de sus piernas sobresale de la sábana. Me río bajito al comprobar, que la cama matrimonial le queda justa con su pose de estrella.
Mis ojos recorren la habitación. Ha cambiado desde la primera vez que estuvimos aquí: ahora una de las paredes es roja, hay un estante para libros, un escritorio moderno y una laptop nueva sobre él.
Unos portarretratos adornan una de las paredes con fotos de los tres. Me detengo en la del escritorio, donde Oliver y yo aparecemos sonriendo.
— Theo me preguntó cómo quería mi cuarto —la voz adormilada de mi hijo suena a mis espaldas.
— Quedó muy lindo —respondo, dejando la foto—. Y esas, ¿De dónde las sacaron?
— De nuestras salidas —se encoge de hombros—. Aquella… —señala la del escritorio —la sacó la tía Margo hace un mes.
— E