Aysun se puso de pie, sacudió la falda del vestido con ambas manos, evidenciando así, los nervios que le causaban esa situación. Con su apariencia tímida y una expresión noble en su rostro le habló a su tío.
—Tío, quisiera hablar con… Serhan, a solas —miró a Serhan—. Necesito que hablemos. —Serhan sonrió malicioso. —Si eso deseas, estoy dispuesto a escuchar, soy muy bueno escuchando a las personas, aunque siempre termino haciendo lo que deseo. Kemal le dije: —Si el señor Serhan también desea hablar, vaya con él. —Entonces, vamos. —dijo Aysun. —¿A dónde? —Vamos afuera. Salieron a la sundurma, el porche techado al frente de la casa, donde había un recibidor. Los guardias de seguridad se fueron a dónde estaba el portón, para que ellos tuvieran privacidad, aunque no estaban solos. Serhan puso sus ojos fríos e impenetrables sobre ella. —¿Qué quieres hablar? —Ella se quedó viéndolo fijamente por un momento, después habló con una vez pasada y tímida. —Si pudieras ver tu propia mirada. —¿Eso qué significa? —Acabas de comprometerte conmigo, pero estás sufriendo por ella. —Eso no es tu asunto. —Si nos casamos será mi asunto. ¿Por qué me haces esto? ¿Qué mal te he causado? ¿Por qué me obligas a casarme contigo? Ni siquiera te conozco. —Él la miró con frialdad y respondió: —Eres el pago de la deuda. Aysun levantó apenas el rostro, sus ojos brillaban de indignación. —No soy un pago —respondió con firmeza, aunque su voz temblaba—. No soy una deuda ni una mercancía. Una sonrisa helada cruzó los labios de Serhan. —Tu familia te entregó como si lo fueras. No olvides eso, nunca. Pronto serás mi mujer y debes obedecerme. —Me casaré contigo para evitar una masacre, pero no voy a obedecer tus órdenes como esposa, no dejaré que me toques —sollozó y habló con voz suplicante—. ¿Por qué yo? ¿Por qué tengo que pagar por lo que Aylen te hizo. La sonrisa de Serhan se borró de golpe, sustituida por un rictus de amargura. Sus ojos, oscuros como la tormenta, se clavaron en ella. —Eylen me deshonró —dijo con un tono bajo, casi un rugido—. Me utilizó, me engañó y me expuso al ridículo frente a todos. Ella me hizo perder el respeto de los míos, pero tú, me vas a ayudar a recuperar mi honor y otras cosas. —Se acercó más a ella, Aysun retrocedió instintivamente —¿Sabes qué duele más, Aysun? —su voz se quebró en un hilo de odio—. Que yo la amaba. La confesión, lejos de suavizarlo, lo endureció aún más. Sus ojos destellaban de rencor. —Ella intentó ser amable. —Ningún amante merece una traición cómo la que Aylen te hizo, pero… —Ahora tú cargarás con ese peso. Serás mi esposa, lo quieras o no. Y cada día que respires en mi casa me recordarás la traición de tu prima. Aysun sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Consternada, bajó la mirada, luchando contra las lágrimas. Pensó en Mert, el único hombre que le había ofrecido ternura, Mert, el novio oculto, con quien había soñado escapar, huir a Estados Unidos y empezar una vida nueva lejos de las sombras de la mafia. Pero ahora, esos sueños se deshacían como ceniza entre sus dedos. —Aún estás a tiempo, debes recapacitar, vas a conocer a alguien más, podrás casarte enamorado, con una mujer que te merezca. Serhan la observó en silencio unos segundos con esa mirada fría como el acero. Su expresión no mostraba compasión, solo una decisión inquebrantable. Se quedó callado por un momento, Aysun creyó que estaba considerando cancelar la boda, pero de repente con una voz seca le dijo: —Prepara tus cosas. Celebraremos la boda el sábado. —¡Pero sólo faltan dos días! —Exactamente, será en dos días. Y sin esperar respuesta, dio media vuelta y salió, dejando tras de sí un silencio más cruel que cualquier amenaza. Aysun, temblando, se dejó caer en el sillón más cercano. El corazón le latía desbocado. Ella amaba a otro hombre, pero ahora debía convertirse en la esposa del enemigo de su alma. Pensó en Mert y sintió tristeza. “Te voy a decepcionar igual cómo Aylen decepcionó a Serhan. Cuando regreses de ese viaje, yo estaré casada.” LA BODA Aysun estaba inmóvil bajo el umbral de la puerta de su habitación, vestida de novia, estaba sosteniendo con fuerza el bouquet contra su pecho, como si aquel ramo pudiera convertirse en un escudo que la protegiera del destino que la aguardaba cuándo bajara a la sala. El murmullo de los miembros de la familia, el alboroto en la casa, se filtraba hasta ella como un zumbido lejano, casi irreal. Sus pensamientos eran un torbellino: la promesa hecha a su padre, la ruina inminente de su familia, y el peso sofocante de un matrimonio que no nacía del amor, sino de la obligación y el resentimiento. De pronto, la voz áspera de Nabut, el hijo mayor de su tío, la arrancó de su trance: —¿Qué esperas? No hagas esperar al señor Serhan, todos están esperando. Aysun alzó lentamente el rostro. Sus ojos, húmedos pero firmes, lo miraron con un destello de valentía quebrada. —Él no es mi prometido. —Será tu esposo a partir de hoy. Ella apretó los labios, y con un suspiro cargado de amargura respondió: —¿Mi esposo? ¿O mi verdugo? Ustedes no debieron entregarme a él. Un silencio pesado se interpuso entre ambos. —Mejor vamos. La tomó del brazo con firmeza, obligándola a avanzar. A medida que los pasos resonaban sobre el mármol, un estallido de aplausos y exclamaciones de admiración llenó el aire. Todos los presentes se pusieron de pie para recibirla. Cada aplauso era para ella un recordatorio cruel de su impotencia. No deseaba ser la novia de ese día. No deseaba caminar hacia un altar que se le antojaba más una prisión que una promesa de vida. Y mucho menos quería convertirse en la esposa de Serhan, a la vez pensaba en Mert, y sus promesas de amor, quién había sido chofer de la familia, pero pidió a Aysun en matrimonio, y por tal atrevimiento, Kemal lo echó a la calle. Mert no era uno de los matones que el tío Kemal acostumbra a contratar, él era distinto a esos hombres, conocía de armas y de seguridad, pero no hacía trabajos sucios. Las lágrimas brotaron silenciosas, recorriendo sus mejillas sin que pudiera detenerlas. Con cada paso que la acercaba a Serhan, sentía cómo se desgarraba su voluntad. Su corazón suplicaba renunciar, detener aquella farsa. El brazo de Nabut la sostuvo con firmeza hasta dejarla frente a Serhan. Él estaba erguido, impecable en su porte, pero su expresión endurecida parecía esculpida en piedra. El rostro tensado, la mandíbula rígida. Tomó la mano de Aysun. El contacto fue frío, casi hostil. La condujo hacia la nikâh masası, la mesa nupcial cubierta de flores, donde firmarían el acta de matrimonio ante todos los presentes. Serhan se permitió mirarla con detenimiento a través del velo. Ella, sintiendo el peso de esa mirada, lo observó apenas un instante antes de bajar los ojos con rapidez. No podía sostener aquel rostro marcado por el desprecio. Él la veía como un reflejo de Aylen, y en su rencor, no diferenciaba entre la traidora y la sacrificada. El murmullo de los invitados, el resplandor de los vitrales, el incienso flotando en el aire… todo parecía ajeno, lejano. Lo único real en ese momento era la tensión invisible que los unía y separaba al mismo tiempo: ella, prisionera de un deber; él, prisionero de su orgullo herido. El murmullo de la multitud fue apagándose cuando el funcionario inicio la ceremonia nupcial. Ella respiraba agitadamente bajo el velo. Sentía que el aire se le escapaba, como si aquel lugar sagrado le negara la oportunidad de huir. Sus manos temblaban. El funcionario pronunció las palabras iniciales de la ceremonia, su voz profunda llenando cada rincón de aquel lugar. Los invitados permanecían atentos, los que no conocían la verdad, tenían sonrisas y miradas de ilusión que contrastaban con el vacío en los ojos de los novios. Serhan mantenía el rostro serio, los labios apretados en una línea dura. Cada palabra que salía de la boca del funcionario le parecía una condena grabada a fuego. Miró a Aysun de reojo: la fragilidad en su postura, la tensión en su cuello, el leve temblor de sus dedos. Y, sin embargo, no dudó ni por un momento en continuar. Para él, ella no era inocente, ninguno de los miembros de la familia Boran era inocente, todos merecían estar como cucarachas bajo sus zapatos. Aysun, sintiendo el peso de su mirada, bajó la cabeza. Sabía que él la culpaba, lo percibía en la rigidez de su mano, en la frialdad de sus ojos y recordaba las amenazantes palabras que les dijo a todos en su casa cuando descubrió la verdad acerca de la infidelidad de Aylen. Serhan sostuvo la mirada fija en el velo de Aysun. Su mandíbula se tensó aún más pensando en sus adentros: “¿Alguna vez podré amarla?” De repente sintió un profundo peso en su pecho. El recuerdo de Aylen se interpuso como una sombra, desplazando su ira y dejando en su lugar el vacío y el dolor por su traición. El nikâh memuru carraspeó suavemente y se levantó de su asiento. Sus papeles estaban perfectamente alineados sobre la mesa nupcial, y su voz, solemne, llenó el lugar. —Hanımefendi, —dijo con una mirada protocolaria hacia Aysun— ¿acepta usted al señor Serhan Demir como su legítimo esposo? El aire se espesó. Aysun sintió que el corazón le golpeaba contra las costillas como si buscara escapar. Frente a todos, con los ojos clavados en sus manos temblorosas, sabía que no tenía alternativa. En su interior gritaba que no, que jamás había soñado con ese destino, que no quería pertenecer a un hombre cuya vida estaba rodeada de sombras y peligro. Pero las miradas expectantes de su familia, la amenaza silenciosa de la deshonra y la presión invisible de Serhan pesaban sobre sus hombros. Miró a Serhan a los ojos y con un hilo de voz que apenas se sostuvo en pie, murmuró: —Sí, acepto. Un murmullo de alivio recorrió la sala, pero para ella fue como firmar una sentencia. El funcionario asintió, girando ahora su atención hacia Serhan. —Beyefendi, —dijo con idéntica solemnidad— ¿acepta usted a la señorita Aysun Boran como su legítima esposa? Los ojos oscuros de Serhan permanecieron fijos en un punto invisible. No miraba a Aysun; en su mente se dibujaba con crueldad el rostro de Aylen, la mujer que lo había traicionado, la que lo había llevado a este instante absurdo. Una punzada de rabia le atravesó el pecho, mezclada con una tristeza tan corrosiva que casi le impedía respirar. Sentía que casarse con la hermana de la traidora era un recordatorio cruel, una burla del destino. Su mandíbula se tensó, y por un instante todos esperaron un silencio prolongado, una negativa. Pero Serhan, con la voz dura como acero, respondió: —Sí, acepto. No fue un “sí” de aceptación, sino de desafío, de rabia contenida. El nikâh memuru, imperturbable, sonrió apenas y declaró con firmeza: —En virtud de la ley de la República de Turquía, los declaro marido y mujer. Los aplausos estallaron entre los presentes, un ruido ensordecedor que no lograba cubrir la tensión que vibraba en el aire. Aysun sintió las lágrimas arder en sus ojos, pero las contuvo con el orgullo que aún le quedaba. Serhan, rígido y frío, no la miró siquiera. En su mente, aquel “sí” era menos un comienzo que una venganza maldita.