Entré a mi departamento y tras mandar los tacones debajo de la cama de una patada, me dejé caer sobre la cama.
Por instante los ojos me ardieron y sentí un nudo en la garganta, como si fuera a empezar a llorar, pero la verdad era que no tenía ningún motivo para hacerlo.
Estaba agotada, pero cada que cerraba los ojos no podía evitar imaginarme a Sofía recibiendo a Leo en pijama y escuchando con lágrimas resbalando por sus mejillas su versión sobre lo que había sucedido en la fiesta mientras sostenía una taza de té humeante en la mano.
¿Me tomaría la palabra y me convertiría en la villana para aligerar el golpe a su relación? No, no me parecía que fuera capaz de arrastrar mi reputación por el lodo sólo para evitar una pelea con su novia, aunque probablemente omitiría detalles como la fuerza con la que se aferró a mi cintura y como en algún punto mis labios se acomodaron a los suyos y no al revés.
Me cansé de dar vueltas en la cama, así que decidí levantarme y tomar una larga ducha c