34.
Regreso tratando de que nadie me vea. La tierra esta algo húmeda o tal vez es la sangre que empapa mi pelaje.
Apenas subo los escalones de la entrada me transformo. Abro la puerta y cuando entro a la sala me detengo.
—La sangre no es mía. Tranquila.
Me tenso cuando ella solo se da la vuelta.
—No quiero dormir contigo. ¿Qué habitación me das?
—Esta también es tu casa. Puedes estar donde desees y yo también.
—Entonces dormiré en el bosque— ella camina hacia mí con intenciones de salir.
—Agarra la verde. No te molestare.
—Quiero irme, Marcus.
Trago. Por un momento me imagino encerrando en una habitación hasta que cambie de opinión y al mismo tiempo imagino verla en un apartamento humano lejos de la manada. ¿El hecho de que sea mi compañera es suficiente para retenerla aquí?
Odio la manera en que evita verme. Odio tener que acabar con sus ilusiones, me odio.
—Yo te amo. No puedo darte lo que quieres, pero haré mi mejor esfuerzo para recompensarte.
—No se trata de ti. Dios me dio un ánge