Mundo de ficçãoIniciar sessãoFrancine estaba en la despensa fingiendo ordenar unas latas, pero no podía apartar la mirada del reloj de pared.
Faltaban cinco minutos.
Cinco míseros minutos.
Respiraba hondo, intentando mantener el control, pero todo su cuerpo vibraba como si estuviera a punto de explotar.
—Tranquila, Francine. Va a salir bien. Ya repasaste todo el plan, sabes exactamente qué hacer. Si Elías hace su parte, saldrá todo bien. Saldrá todo bien...
Repetía el mantra entre dientes como quien se aferra a un salvavidas en medio del mar.
Francine miró por la ventana de la cocina.
El carro negro de Dorian atravesando la puerta principal de la mansión.
—Mierda, m****a, m****a...
La ansiedad se convirtió en pánico inmediato.
Dejó todo y salió a toda prisa por los pasillos, deslizándose hasta el lateral de la casa, donde estaba la caja de energía.
Los dedos le temblaban sobre el interruptor. Aún no. Espera el momento justo...
Dorian entró con pasos decididos a la sala de seguridad.
Impecable como siempre: traje alineado, expresión contenida, pero los ojos revelando el enfoque del depredador.
Elías se levantó de la silla en cuanto lo vio.
—Señor Dorian.
—Quiero ver las imágenes de la fiesta de anoche.
—Claro. Hay muchas cámaras... ¿quiere ver todas o prefiere alguna zona en particular?
Dorian cruzó los brazos y miró los monitores.
—Empiece por la entrada del salón.
Elías tragó saliva.
—Sí, señor.
Tecleó unos comandos y empezó a tirar las imágenes de la noche anterior. Avanzaba despacio, saltando partes irrelevantes.
Hasta que...
Ahí aparece ella.
Vestido rojo. Viniendo del lateral de la mansión.
Dorian inclinó ligeramente la cabeza.
—Repite esa imagen. ¿Ella vino por la lateral, no por la fachada?
Elías dudó una fracción de segundo antes de obedecer.
Pero entonces...
¡PLOC!
Todo se apagó. Monitores. Luces. Sistema.
Silencio.
Dorian parpadeó una vez, sorprendido.
—¿Qué carajos...?
Elías se levantó y abrió la puerta de la sala para dejar entrar luz natural.
—Señor... creo que hubo una caída de energía.
Dorian lo miró por encima del hombro. Largo. Firme. Sospechoso.
—Qué conveniente momento, ¿no?
Elías se quedó congelado.
Por un segundo pareció que ni respiraba.
Luego disimuló con una sonrisa tensa, nerviosa como una guitarra mal afinada.
—Si prefiere... puedo grabar todas las cámaras cuando vuelva el sistema y mandar a entregar el material para que lo vea con calma, sin interrupciones.
Dorian no respondió de inmediato.
Solo entornó los ojos, como quien percibe que algo está fuera de lugar, pero aún no sabe qué.
Entonces, con calma, se ajustó el reloj de pulsera y dijo:
—Haz eso.
Se dio la vuelta para salir de la sala.
Y en el preciso instante en que la puerta se cerró detrás de él...
Elías se derrumbó en la silla.
Dorian salió de la sala de seguridad con pasos lentos pero firmes.
No era habitual que saliera de su rutina para investigar algo en persona.
Tampoco era habitual que una desconocida le hiciera sonreír.
Caminó por el pasillo hasta la entrada del salón principal, ahora vacío, con los restos de la fiesta discretamente retirados por el equipo de la mañana.
Se detuvo justo debajo de la cámara y miró hacia arriba.
El visor aún estaba apagado, reflejo de la caída de energía.
Pero recordaba perfectamente la imagen.
La mujer de rojo... venía por el lateral.
Giró el cuerpo en esa dirección, repitiendo mentalmente los pasos que ella había dado.
Siguió en línea recta, bordeando la estructura del salón.
Llegó hasta el lateral de la mansión. Allí solo estaba el jardín exterior y la puerta lateral de la cocina.
Frunció el ceño.
—No tiene sentido.
Eso no era una entrada habitual para invitados. Era zona de servicio.
Solo circulaban por ahí empleados y proveedores.
A menos que...
Dorian se quedó parado un buen rato, los ojos fijos en el camino de piedras.
Luego miró hacia la puerta principal, mucho más distante.
Ella no parecía una invitada cualquiera. Y a la vez... era exactamente lo que fingía ser.
El misterio empezaba a despejarse. ¿El interés? Ese solo crecía.
Dió media vuelta, con la mandíbula un poco más apretada que antes.
—Si ella piensa que ganó este juego... No sabe con quién está jugando.
Francine volvió a activar los interruptores con el corazón en la boca.
Esperó unos segundos, escuchando los sonidos de la casa recuperando la energía.
Las luces volvieron. Los aparatos emitieron pitidos.
El silencio nervioso de la mansión fue reemplazado por el zumbido de los sistemas reiniciando.
Respiró hondo, dio media vuelta y se deslizó de nuevo por los pasillos, asegurándose de que Dorian ya hubiera subido al piso superior.
En cuanto la escalera quedó libre, corrió hacia la sala de seguridad.
Abrió la puerta como una bala, aún jadeando.
—¿Funcionó?
Elías estaba tirado en la silla, con la cabeza apoyada en el respaldo y una mirada de trauma postguerra.
—Creí que ese hombre me iba a devorar.
Francine pegó un salto de alegría, con un gritito contenido:
—¡Entonces funcionó!
—No todavía. Quiere las imágenes. Y esta vez no vas a poder escaparte.







