—Déjame guiarte —susurró en oído, su voz grave y cercana, casi fundiéndose con mi piel.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Mi respiración se aceleró mientras sus dedos empezaban a moverse con firmeza, marcando un ritmo que parecía leer cada uno de mis instintos. No podía apartarme, ni siquiera quería. Cada pequeño roce suyo me hacía sentir vulnerable y deseada al mismo tiempo.
Empezamos a movernos al compás de la música, sus manos controlando suavemente el movimiento de mis caderas, guiándome con una precisión que me dejó sin aliento. Cada giro, cada balanceo, parecía calcularse para encajar perfectamente con la curva de mi cuerpo. Me sentí completamente atrapada por él, entregada sin tener que decir una palabra.
Su aliento rozaba mi oído, y yo apenas podía concentrarme en la melodía. Todo lo que sentía era él: sus manos, su calor, la firmeza de su cuerpo contra el mío. Era un baile íntimo, silencioso, cargado de deseo, de esa electricidad que siempre surgía entre nosotros.
Me atr