4 - Dos Grandes Amores

Narrado por María.

La música estaba muy alta en aquella fiesta improvisada en casa de su primo. Todos sus amigos estaban allí, la mayoría me conocía por "la amiga rara de Amélie". Yo estaba cómoda aquellos días con ese extraño chico al que todos llamaban "el extranjero"

- Deberías ponerle un poco por aquí – dijo su voz a mis espaldas, apareciendo por detrás, agarrando unas cuantas rodajas de tomate para ponerlas sobre un lugar poco poblado de la pizza. Le di un manotazo a su mano y él se quejó al respecto.

- ¿Quién está haciendo la comida? – rompió a reír, mientras su primo miraba hacia nosotros, sin dejar de bailar junto a su novia.

- ¿Qué se traen esos dos? – quiso saber. Ella se encogió de hombros, nunca se interesó demasiado por mi vida. De hecho, la única persona con la que me abrí en dos años para contarle sobre mis desventuras con Darío era Santiago - ¿no te ha contado nada?

- Ella no es muy comunicativa que digamos – se quejó sin más.

- Es sólo que he pensado que un poco más de tomate podría quedar bien – retiré las manos al darme cuenta de que había quedado perfecta, tan sólo quedaba meterla en el horno – Mira – metió las manos entre mis brazos y mi cuerpo hasta llegar a la pizza. Le sentía allí detrás como si estuviese abrazándome, y me hacía sentir de lo más incómoda - ¿qué tal si doblamos los bordes así? Esto impedirá que se derramen los ingredientes – me fijé en su idea - ¿por qué has echado tanto tomate? – se quejó. Siempre estaba corrigiéndome, a veces me sacaba de quicio – Parece una gran piscina donde el resto de ingredientes se deslizan...

- La próxima vez propón hacerlo tú, así evitaremos cosas como estas – me quejé, ladeando la cabeza para que me escuchase bien.

- Es mucho mejor que lo hagas tú, así luego puedo venir a corregirte – le asesiné con la mirada, y eso hizo que volviese a reír, contagiándome.

¿Por qué me sentía tan bien cuándo él estaba a mi lado?

Habíamos congeniado muy bien, nos habíamos hecho buenos amigos en tan sólo tres días.

Me ayudó a meter la pizza en el horno y luego me cogió de la mano para tirar de mí hacia el salón. Una oleada de sensaciones me abrumó en cuanto nuestros dedos se entrelazaron, pero no le di más importancia de la que tenía en ese momento.

- Y ahora es cuando propones que bailemos ¿no? – le miré con cierta broma en el ambiente. Sus risas invadieron mis oídos antes de contestar.

- No – contestó – Por raro que parezca... soy un pato bailando.

- Mentiroso.

- Nunca miento – contestó. Y era cierto. Podía quizás callarse algunas cosas si se mordía mucho la lengua, pero jamás decía algo que no era verdad.

- ¿Y si yo te lo pido? – sonrió y dejó que me colgase de su cuello, sujetándome de la cintura después. Era agradable, a pesar de que su cercanía creaba en mí esas sensaciones contradictorias de las que quería huir a toda costa. Yo aún estaba enamorada de otro tío, y él era un buen amigo. Quería que las cosas siguiesen siendo tan sencillas justo como eran – Te contaré un secreto – se fijó en mi rostro, mientras recogía mis rebeldes flequillos detrás de mi oreja para poder verme mejor – yo también soy pésima bailando – volvió a reír.

Hacía mucho que no bailaba. La última vez que lo hice Darío era mi pareja y yo era feliz a su lado. Esa felicidad tuvo fecha de caducidad y me demostró una vez más que el amor incondicional que tenían mis padres es algo al que no todos podemos llegar.

- ¿En qué piensas? – preguntó tras un largo rato en silencio. Negué con la cabeza y dejé caer la cabeza sobre su hombro. Se sintió muy bien abrazar a ese desconocido, como si estuviese haciéndolo con un amigo de toda la vida, alguien cercano. Me sentí en casa. Quizás era porque ambos éramos españoles ¿no?

Mis ojos pronto se llenaron de lágrimas al pensar en el pasado y sin apenas darme cuenta dejé que aquel llanto silencioso invadiese el momento.

- Ven – tiró de mi mano, alejándome de aquella fiesta, sacándome al balcón. Me sentó en la hamaca y se agachó frente a mí. Me sentía tan abochornada de que me viese en ese estado – no pasa nada – me calmó, mientras agarraba mi rostro entre sus manos y limpiaba mis lágrimas con sus pulgares - ¿sabes una cosa? – negué con la cabeza, esperando a que me la contase – Existen en el mundo dos grandes amores para cada persona. Dos personas con las que estás destinada a estar. Esto es así por seguridad, porque si la primera se marcha de tu vida, la segunda se quedará y te hará feliz – sonreí. Él siempre sabía exactamente lo que decir para calmarme – Algunas personas ni siquiera tienen la oportunidad de conocer a ninguna de ellos, tan sólo se conforman con cualquier cosa por temor a no encontrarlos. Pero tú... - su voz se quebró y yo bajé la mirada - ... tu conociste al amor de tu vida una vez, María. Era ese hombre del que evitas hablar constamente – sonreí. Él era fascinante – Terminó y te dejó herida mirando al pasado, pero ... ¿no crees que ya es tiempo de pasar página y mirar hacia adelante? – una delgada lágrima recorrió mi mejilla y él la limpió con rapidez – tu segundo gran amor está por ahí, en alguna parte, y si sigues mirando hacia atrás probablemente no te des cuenta cuando te cruces con él.

- Gracias – le dije, con una sonrisa que fue ensanchándose a medida que él se ponía en pie y me agarraba de la mano para ponerme a su altura - ¿te lo has inventado? – negó con la cabeza.

- Es algo en lo que creo. Les pasó a mis padres, ¿sabes? – negué con la cabeza – Mi madre tuvo un amor imposible antes de conocer a mi padre – eso me sorprendió – El tipo era hijo de una familia importante en España. Es una historia larga de contar, a ella le gusta hablar de ello a veces.

- ¿Y tu padre no se enfada? – negó con la cabeza – Debe de ser incómodo para él.

- Era mi tío – eso me sorprendió incluso más que todo lo anterior, me olvidé del todo de mis dramas – Parece una locura ¿no? Mi madre se enamoró de mi tío perdidamente, y después de su trágica muerte en un atentado terrorista, mi padre se quedó a consolar a la viuda. Y ahí fue cuando mi madre conoció a su segundo gran amor, pero estaba tan ocupada llorando la pérdida de su primer amor, que ni siquiera se dio cuenta.

- Eres todo un romántico – sonrió, divertido - ¿cómo es que un tipo tan interesante como tú está soltero?

- Eso es porque soy demasiado sincero, apasionado e intenso – contestó, negué con la cabeza, en señal de que no estaba de acuerdo – Las mujeres no aguantan mi ritmo de vida. Ni siquiera comparten mis inquietudes y se aburren con facilidad de un tío que está más obsesionado con fósiles que con ellas mismas.

- Eso es porque nunca te has enamorado – me atreví a decirle. Él me observó, con detenimiento – creo que cuando te enamores tu mundo entero cambiará, tu forma de verlo, tu pasión por las cosas.

- ¿Tú crees? – asentí.

- ¿Te has tomado en serio alguna vez una relación? –rompí a reír.

- Me has pillado, no tengo demasiado tiempo para chicas, y no suelo llamar la atención de ellas de primeras. No sé si te habrás dado cuenta, pero ... soy un friki, María.

- A mí me gustas – dije sin pensar. Él me observó, con detenimiento, y esa sensación que solía perseguirme a menudo cuando él estaba cerca me inundó entera.

- Eso es porque me reprimo mucho – contestó. Le miré, sin comprender – si fuese tan intenso como suelo ser... te abrumarías – negué, no estaba de acuerdo con eso – Lo prometo – insistió – Por eso no suelo caer bien, porque los filtros no van conmigo.

- Chicos – nos llamó André – la pizza ya está.

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