El silencio del jet privado contrastaba con el caos de apenas unas horas atrás. Aún tenía el eco de los gritos en su cabeza, la imagen de Livia rodando por las escaleras, la mesa de cristal hecha añicos, las flores esparcidas por el suelo como si la boda hubiera sido un espejismo interrumpido por la pesadilla. Pero los dedos de Viktor entrelazados con los míos mientras caminamos juntos hacia la aeronave me devolvían la sensación de seguridad, como si a su lado nada pudiera tocarme.
La Dra. Romanov había llegado rápidamente tras el incidente. Con su profesionalismo habitual, me examinó minuciosamente, revisando mi presión, pulsaciones, y escuchando con atención los latidos de los tres pequeños que crecía dentro de mí. “Están perfectamente”, dijo con una sonrisa calmada. “Fuerte como su madre.”
Viktor se negó a retrasar el viaje más tiempo. Ni siquiera me permitió detenerme a cambiarme el vestido. Quería que nos alejáramos cuanto antes, que dejáramos atrás la sombra de lo que había ocur