Alina De Volkov
Nunca pensé que el día más esperado de mi vida fuera también el más agotador.
Estábamos listos. Lo estábamos desde hacía semanas. Las maletas, las cosas esenciales, la seguridad reforzada en el hospital privado, los nombres... todo. Solo faltaban ellos: nuestros tres pequeños, y fue esa madrugada, a las 3:12 a.m., cuando los primeros calambres me despertaron. No eran los típicos dolores que había sentido semanas atrás. Esto era diferente. Más profundo, más constante. La Dra. Romanov, nos advirtió que todo se podía adelantar, que era normal dado que son trillizos.
—Viktor… —murmuré, tocándole el brazo.
Él abrió los ojos de inmediato, su instinto siempre alerta. Al verme sosteniéndome el vientre con una expresión de incomodidad, se incorporó al instante, lo vi incluso dejar su pistola en la mesita de noche.
—¿Es hora? —preguntó con voz ronca.
Asentí. No necesité decir más. En cuestión de minutos, Sergei estaba activando el operativo, la maleta lista bajaba por las escale