Alina dormía, acurrucada en medio de las almohadas con mi camisa puesta, esa que insiste en robarme a cada rato porque, según ella, huele a mí. Aunque yo había enviado a perfumar muchas cosas en nuestra habitación con mi perfume favorito. A veces la veo dormir y me cuesta creer que esta sea mi vida. Que esta mujer, tan fuerte, tan dulce, tan jodidamente valiente, me haya elegido a mí.
Me quedé observándola un rato, acariciando su vientre con la yema de los dedos. Nuestros hijos. Tres benditos milagros latiendo bajo su piel. Y yo... yo todavía intentando aprender a ser digno de ellos, se mueven con mi toque y sonrió.
—Deberían dejar dormir a su madre —susurro ante de dejar un beso en esa pancita que ha crecido de manera hermosa.
Fue entonces cuando me levanté en silencio, tomé mi teléfono y salí de la habitación. Esta sorpresa debía terminar hoy. Había planeado cada detalle durante semanas con ayuda de Darya y una decoradora de interiores de quien no recuerdo su nombre, ya que Darya