El mensaje llegó sin aviso.
Un correo sin remitente visible. Solo una palabra en el asunto: «¿Sabes con quién duermes?»
Julia estaba en la oficina, revisando una propuesta para un cliente nuevo. Todo era rutina: diseño, estrategia, optimización de campañas. Nada la preparó para lo que vio al abrir el archivo adjunto.
Era un video. Corto. Menos de un minuto.
Pablo. En La Habana. Mucho más joven, pero inconfundible. Caminando por un callejón húmedo, entregando un sobre a un hombre con una camiseta del ejército. Luego otra escena: él, entrando en una casa con puertas metálicas, saludando con un gesto que parecía un código.
Ella sintió que la garganta se le cerraba.
Volvió a ver el video. Esta vez con más detenimiento. El rostro de Pablo no tenía la dulzura con la que le hablaba en la cama. Tenía frialdad. Precisión. Era otro.
Debajo del video, una línea escrita:
«Estás dentro. Te toca elegir: verdad o caída».
El celular vibró. Un número desconocido.
No contestó. Pero el teléfono volvió a