~Dominic~
Su aroma flota en cada rincón de la pequeña habitación en la que estamos; es suave, cítrico, con un toque de jazmín. Observo cómo el médico de nuestra manada atiende las heridas de su espalda de forma delicada, sin atreverse a mirar demasiado su cuerpo desnudo frente a él. Recorro con la mirada su piel suave, llena de moretones y rasguños, mientras yace inmóvil en la cama, quejándose algunas veces cuando el dolor es insoportable. No tiene ninguna marca de manada; no hay nada que me diga de dónde viene para saber exactamente qué fue lo que le hicieron, pero verla así, con heridas que dejarán cicatrices, me da ganas de ir a destrozar a todos aquellos que se atrevieron a ponerle una mano encima. Me acerco a la ventana, moviendo ligeramente la cortina desgastada para ver hacia el exterior. Mis hombres vigilan sigilosamente, pasando desapercibidos en este pequeño pueblo neutral. Aquí no estamos seguros, no por mucho, y con el poco tiempo que me quede antes de que él me encuentre, necesito saber qué haré con ella. —Alfa, ya logré retirar todo el rastro de plata que quedaba. No había visto este método de castigo hace muchos años; podría decir que el hecho de tener aún a su loba es un milagro. —Está bien, puedes irte. Se levantó y salió en silencio de la habitación. Me acerqué a ella, quedando parado justo al borde de la cama. En mis planes no estaba conocerla; no la quería, pero una vez que mi lobo la percibió y la miró, sabía que no había marcha atrás. Ella no debería estar en mi vida, no ahora, no cuando yo mismo tengo un verdugo vigilando cada paso que doy. Salí de la habitación dejando a dos de mis hombres cuidando la puerta; nadie puede entrar o acercarse sin mi permiso. Bajé las escaleras hasta la recepción. El dueño de este hotel pobre tiembla al verme y baja su cabeza mientras yo sigo como si nada a la sala de reuniones temporal. Cuatro pares de ojos voltean a verme; no hacen falta las palabras, yo conozco sus preguntas no formuladas. Quieren saber qué pasará ahora tanto como yo. —¿Cómo está ella?— Jarel pregunta. Él es mi beta y sabe perfectamente todo lo que pasó anoche. —Mejor, su loba pronto podrá sanar sus heridas, aunque quedarán cicatrices. Fueron hechas con plata, algo muy cruel que solo se usa con aquellos que cometieron algo grave. Lo que me lleva a pensar, ¿qué podría haber hecho ella en realidad? Recuerdo su semblante anoche, sus ojos confundidos mirando todo lo que pasaba a su alrededor, el miedo, la incertidumbre, la duda brillando en sus ojos. Ella no estaba en ese auto por voluntad propia; la estaban arrastrando a un destino cruel. Ese bastardo que iba a su lado era uno de los mejores vendedores de mi tío. Un hombre que no conoce la humildad, un hombre frío y despiadado que se encarga de cazarme a cada minuto de mi vida porque sabe que mi poder crece cada día mientras el de él se debilita. —¿Y qué pasará ahora, Dominic? Es tu compañera; si tu tío se entera de esto, no dudes que irá tras ella para hacerte daño. —No lo sé—paso mi mano por el cabello, desordenándolo—. No estaba en mis planes conocerla; tenerla ni siquiera era una opción y ahora… Ahora estaba más que atado a ella y todos los presentes lo sabían. —Joder, hombre, pues empieza a pensar seriamente qué harás. Lark la marcó; no hace falta que te digamos la gravedad de eso. Él la marcó en su forma de loba. Conocía la gravedad de esas palabras; de hecho, yo sabía las consecuencias de esa decisión. Las marcas entre lobos son diferentes, son fuertes, poderosas, más que la parte humana; te unen de una manera mucho más aguda. Pero ella quería escaparse; su loba no parecía reconocerme, no parecía sentir el vínculo, tal vez por la plata, por algo más que aún no comprendo. Sin embargo, sentir que quería alejarse fue el punto de quiebre de mi lobo y mío. No le echaré solo a él la culpa de todo; yo mismo estaba presente en el momento en que él clavó sus colmillos reclamándola, haciéndola nuestra, sin importar el peligro que eso representa para ella. —¿Qué saben de mi tío?— esa fue mi única pregunta, guardándome el resto. —Ya sabe que estás aquí— Ederson, mi delta, es quien responde, pasándome los documentos de nuestros informantes. —Será cuestión de unas tres horas que llegue; ese es el tiempo límite que te queda para decidir, Dominic. Suspiro pesadamente, soltando un poco el aire ante la pesada carga que siento ahora. Tenerla conmigo no es una opción y abandonarla tampoco lo es, ya no, no después de haberla tenido en mis brazos cuando su loba retrocedió. Y esa es otra cosa que me preocupa: su loba no es una loba cualquiera, es una loba blanca, una de las más raras que se ha conocido en la historia. Si mi tío llega a saber lo que ella es, no dudará en usarla para sus propios planes enfermizos. —Quiero que preparen los carros. Misma estrategia; la diferencia es que ella será llevada a mi manada. Todos asienten, preparándose para irnos dentro de poco. Ella irá en un carro aparte; todos se dispersarán en el camino para distraer a los espías. No puedo dejar que él le haga daño. Llego de nuevo a la habitación; su olor suave vuelve a fundirse con el mío, logrando calmar la ansiedad que comienza a consumirme. Tomo las prendas que escogí para ella, se las coloco una a una con cuidado, mirando cómo sus heridas y moretones ya van sanando. Me acuesto a su lado, retirando con suavidad un mechón de su cabello color chocolate. Trazo con mis dedos sus cejas, sus mejillas, sus rosados labios suaves y carnosos. Cómo desearía volver a ver sus ojos grises, intensos, aunque no llenos de ese miedo que demostró al vernos. Tal vez no la quería conmigo, pero ahora no puedo soltarla y rechazarla no es una opción. «Alfa, los carros están listos», un enlace interrumpe mis pensamientos y con eso sé que es hora de despedirme de ella por tiempo indefinido. La tomo en mis brazos, saliendo de la habitación, memorizando su olor y su calor hasta poderlos volver a sentir. La dejo con cuidado sobre el asiento del auto, mirándola una última vez antes de cerrar la puerta. —Ve con cuidado, deja órdenes específicas a todo el personal y a mi madre, dile solo lo necesario. —Sí, Alfa. Asiento y me marcho a mi propio auto. Los carros salen uno a uno en diferentes direcciones, pero mis ojos permanecen fijos en el que va ella. Desearía poder quedarme a su lado; sin embargo, no puedo, no ahora. Y no por cobarde, sino porque, aunque me cueste admitirlo, mi tío sigue siendo más poderoso que yo. No por nada es el maldito Rey Alfa, uno con un título demasiado grande que algún día va a perder.