Al principio, María no tenía problema con que su hijo anduviera con quien se le antojara. Pero justo con Lorena… eso sí no lo podía tolerar.
¿Y ahora qué se suponía que debía hacer?
—No te preocupes, mamá. Le voy a pedir perdón. Voy a volver con ella —dijo César, con la mirada clavada.
Si Perla no lograba perdonarse a sí misma, él usaría lo que le quedara de vida para enmendar lo que hizo.
En este mundo, Perla era lo único que lo hacía respirar.
—¡Ay!
—Ya que estás tan seguro, no pienso detenerte. Siempre has sido igual. Desde niño eras terco como un perro mal entrenado. Cuando decides algo, no hay quien te mueva. Y ahora de grande, peor.
César sonrió un poquito.
—Gracias, mamá.
—Nada de gracias. Lo que quiero es que la traigas de regreso y me hagas abuela. ¡Eso sí vale!
—Sí, claro —dijo él, sonriendo. Si su mamá quería cargar una nieta, iba a tener que convencer a Perla de dejarse convencer.
Ya vería cómo le cumplía el antojo.
—¿María? ¿César? —una voz los interrumpió de pronto.
Era T