Ricardo tocó la puerta y entró. Lo primero que vio fue a dos mujeres platicando; Marina le estaba pelando una manzana a Perla.
Se sorprendió un poco y se inventó una excusa para llevarse a Marina afuera.
—Has estado aquí todo el tiempo con tu hermana, ¿verdad? ¿No dejaste que viera nada de lo que está en internet?
Marina, que conoce al dedillo las redes, lo miró con todo el coraje atorado.
Esa noticia era una puñalada directa e inconfundible.
¡Seguro venía de Teresa! No tenía pruebas, pero, ¿quién más iba a hacer algo así?
—El teléfono de mi hermana se quemó en el accidente. No tiene con qué mirar nada. Y el mío, ni loca se lo paso —dijo, fastidiada.
Si no fuera porque estaba César de por medio, ya habría mandado a alguien a darle una “lección” a esa mujer.
—¡Mi esposa es la mejor! —Ricardo le pasó un brazo por los hombros, medio riéndose. Vio que le hervía la sangre, así que trató de calmarla un poco.
—Estamos en un país civilizado, hay formas legales de ponerle freno a estas cosas.